28 de agosto de 2018

EL NIÑO...



Un día, cuando él pasaba cerca del parque de la universidad y ya oscurecía, se fue directo hacia una panadería muy conocida y situada por una esquina. Miró como siempre la vidriera y por supuesto todos los productos se mostraban. Diversos panes, porciones de tortas, diferentes clases de empanadas, los infaltables queques de diferentes sabores y muchas cosas más. Se sentía hasta el aroma que despertaba a cualquier hambriento. La gente transitaba también por ese lugar  para tomar algunos buses y algunos evitaban mirar los productos de la panadería. Era lo mejor. Otros, casi muy seguros ingresaban y escogían algunas cosas para llevarlas a sus casas. Así, él también ingresó y escogió varios panes sabrosos de diferentes clases, un par de queques y algo más. Todo lo tenía en una bolsa muy bien dispuesta y se sentó para tomar un vaso de chicha morada. Seguramente necesitaba de unos minutos para sentirse en paz esa noche y no pensar mucho en otras decisiones. Puso la bolsa blanca encima de la mesa y saboreaba la chicha. Miró a su alrededor y varios comían las empanadas y las tortas, mientras tomaban café, gaseosas y así, entre hombres y mujeres. Cada uno al parecer vivía su propio mundo y se escuchaba el murmullo de sus voces,  como una risita especial. De pronto, apareció un niño precioso de unos cuatro a cinco años de edad. Era como cualquier niño y avanzó como corriendo sobre sus pasos y se abalanzó sobre la vidriera colocando sus dos manos abiertas sobre el vidrio transparente y reluciente. Las huellas de sus dedos se dibujaron sobre el cristal a medida que éstas bajaban. Sus ojos se abrieron con deleite frente a todas las cosas ricas que imaginaba comerlas y gustarlas. Balbuceó palabras inentendibles y sus ojos se movieron como repasando cosa por cosa todo lo que tenía al frente. El hombre que estaba sentado con el vaso de chicha morada entre los dedos miró todo eso en una fracción de segundo. El niño empezó a señalar con uno de sus dedos uno y otro producto. Así, apareció por detrás su madre. La mujer se puso a observar ahora con su hijo. Daba la impresión que algo le decía a su niño al oído por la forma de doblar la espalda. La madre con el niño arrastraron sus pies lentamente frente al mostrador reluciente sin quitar la vista de todo lo que tenían frente a sus ojos. La madre bajó los ojos y dio la impresión que contaba unas monedas entre sus dedos. Un paso más hacia la derecha y estaba por llegar al lugar donde la gente hacía los pedidos, sin embargo, sus pasos se fueron dirigiendo lentamente hacia la salida principal, mientras tomaba a su hijo con una de sus manos. El hombre volvió a mirar todo eso. No pudo más frente a todo lo que había observado. Algo lo impulsó desde dónde estaba. Cogió la bolsa con los productos que tenía sobre la mesa y de unos cuantos pasos alcanzó al niño con su madre en la puerta, diciendo: “Señora, esto es para usted y su niño”. “Gracias señor”, le contestó la madre con una sonrisa entre los labios, mientras el niño lo miraba y sujetaba la bolsa también.

¡UNA FORMA DE VIOLENCIA!



20 de agosto de 2018

Los pájaros…



No sé realmente cuándo advertí que ambos pájaros querían estar juntos. Pero un día, cuando estaba mirando las dos jaulas, me di cuenta que de una de ellas un pajarito miraba al otro que se encontraba en la otra jaula. Querían estar juntos. Cada uno se movía como buscando cómo entrar en la otra y cómo acercarse más y más. Volaban en su entorno, en su propia jaula. Al parecer, trataban de encontrar la forma de aproximarse y juntar sus picos. Naturalmente no podían hacerlo al estar cada uno en una jaula, sin embargo, creo que eso los mantenía vivos y no perdían la esperanza. Una distancia de algo menos de un metro los mantenía separados. Así, cada uno saltaba hasta la malla metálica o los alambres de la jaula para tratar de penetrar el metal e ir hacia la otra. Sus intentos iluminaban sus ojitos de un brillo especial. Varios días los miré así. Eran de la misma forma, con algunos colores similares y guardaban iguales características y es por eso que se buscaban. ¿Cómo saber si uno era macho y la otra hembra? ¿Era posible que ellos conocían sobre eso? ¿Por eso querían estar juntos? Una tarde y sin que nadie me viera, moví una de las jaulas con cuidado sobre la mesa donde estaban y la junté con la otra. ¡Oh!. Quedé maravillado y absorto al contemplar que ambos pajarillos se juntaron aunque en medio de ellos estaban las barras diminutas de las jaulas. Cada uno voló al encuentro del otro y entrelazaron sus picos y sus plumas a través de las dos jaulas que estaban ahora sí como unidas, aunque el metal les impedía estar plenamente juntos. Así lo hice por muchos días casi a escondidas. Los juntaba por varias horas y luego colocaba las jaulas en su sitio. Así lo hacía porque había algo que me impedía juntarlos a los dos en la misma jaula. Y lo volvía a hacer y miraba como se envolvían en caricias y encantos. Parecía algo increíble. Cómo se llenaban de felicidad y alegría y cantaban más. Volaban en su propia jaula y luego se paraban frente a frente con sus picos entrelazados, a pesar de las pequeñas barras de metal. No importaba todo eso. Los pajaritos por fin habían encontrado, con un poco de ayuda, la forma de estar juntos y amarse. Eso lo deseaban profundamente, aunque obviamente fue por un tiempo y estoy seguro que para ellos fue una eternidad. A veces, ya no se puede entender que pasa con la gente. Por ventura todo evoluciona para bien. Así, un día,  pude juntar finalmente a los dos pajaritos en una sola jaula, aunque lo ideal es que un día vuelen a la libertad.